DUELOS
Pestaña entro al despacho de Don Juan con un Telegrama en la mano. Al verla, éste palideció, pues de alguna manera sabia de lo que se trataba. El telegrama contenía la información sobre Agramonte. Don Juan entró en las oficinas, blandiendo el telegrama, se lo entregó a su sobrino para que éste lo leyese.
- Escaparon de los americanos y vosotros pero no de don Ignacio María.
Diciendo esto, Juanito se paro de su silla y salió. Paco comunico a Don Juan como la muerte de Ignacio le entristecía. En ese momento, Pestaña entró nuevamente con el periódico en la mano, en donde aparecía el nombre de la corbeta española que había cañoneado al Crawford.
- Escaparon de los americanos y vosotros pero no de don Ignacio María.
Diciendo esto, Juanito se paro de su silla y salió. Paco comunico a Don Juan como la muerte de Ignacio le entristecía. En ese momento, Pestaña entró nuevamente con el periódico en la mano, en donde aparecía el nombre de la corbeta española que había cañoneado al Crawford.
− ¡Nuestro amigo Pastorín...! − exclamó don Saturnino, mientras le entregaba el diario a don Juan.Paco fue a buscar a Juanito. No había nadie en el cuarto de baño. La puerta de la embajada estaba abierta. Salió corriendo a la calle. No le veía por ninguna parte. Después de dar una y mil vueltas por calles y avenidas, sin esperanza ya de encontrarle, decidió regresar pasando por la embajada británica. Frente a ésta, halló a su amigo tendido en un banco de la calle.
Cuando Juanito vio venir a Paco, se incorporó y trató de levantarse con intención de huir. Como no podía, volvió a tenderse.− ¿Qué haces aquí? − preguntó Paco.− Viendo el espectáculo − contestó Juanito.− ¿Qué espectáculo?− Mi solitaria luchando contra las culebras que salen de aquella ventana. Yo sabía que el cubano había muerto antes del telegrama. Ésta me lo dijo, la sentí enroscarse de felicidad mientras me mordía las entrañas.− Déjate de tonterías y quítate de ahí.Juanito olía a alcohol, tenía la mirada roja. Se levantó del banco, caminó con paso vivo hasta situarse bajo la ventana de Victoria. Alzaba cada vez más la voz.− Y ahora escucha, amada viuda, la serenata solitaria. Yo, gusano que habito en éste, te pido que abras la ventana y me mires sin desprecio...
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